En más de siete décadas, los efectos de la guerra han dejado a su paso cerca de 9’888.182 víctimas en Colombia (según el Registro Nacional de Víctimas de la Unidad Nacional de Víctimas), sin incorporar los centenares de 1928 con la “masacre de las bananeras”, entre otros. Todo esto en el marco de una de las “democracias” más antiguas del continente donde sus víctimas superan con creces las dictaduras del Cono Sur como Chile, Argentina y Uruguay.
Estos hechos, las cifras, los relatos, las marcas en el cuerpo, las restricciones a la participación política, los efectos socioemocionales y los impactos en la subjetividad del miedo, han tocado generaciones de colombiana(o)s. Sin embargo, las víctimas han sido sobrevivientes y ejemplo de dignidad en la lucha por verdad, justicia y reparación; por eso gracias a su inclaudicable compromiso, en el año 2011 como un acto educativo, político, jurídico y simbólico se conmemora el 9 de abril como el “día nacional de la memoria y solidaridad con las víctimas” del conflicto armado que se ha establecido en la “Ley de Víctimas y Restitución de Tierras”.
Las víctimas han sido parte de sindicatos de maestra(o)s, estudiantes, de organizaciones sociales, juntas de acción comunal, de las comunidades negras, afrodescendientes, raizales, palenqueras, de los pueblos indígenas, y gitanos. También han sido el campesinado, la(o)s trabajadoras, la(o)s comerciantes, los empresarios, los políticos, la juventud, niños, niñas y adolescentes. Víctimas han sido las mujeres, sus cuerpos como botín de guerra, desplazadas de manera forzada, y obligadas a buscar a sus hijos desaparecidos. La población LGBTIQ+ perseguida, estigmatizada, oprimida por uno y otro actor del conflicto. Las víctimas no son una población específica y aislada, son parte irrestricta de la sociedad, son nuestros seres queridos, de los territorios, de los ríos, los mares, las montañas, los llanos y las selvas.
Por estas razones, en esta semana santa de recogimiento, reflexión y oración, la sociedad colombiana y en especial las instituciones educativas tenemos la responsabilidad colectiva de recordar, honrar y dignificar a las víctimas para que como colombiana(o)s aportemos a sanar las heridas, a trabajar por aminorar los factores de persistencia de la guerra, a la comprensión de los daños e impactos del conflicto armado por parte de la sociedad y a que conjuntamente tracemos caminos para desescalar la violencia; transformar la cultura violenta por el recogimiento y respeto a la diferencia y para la no repetición. Es una tarea que no solo les compete a las víctimas, al Estado, sino que nos toca a todos y todas, y por ello como Universidad Pedagógica Nacional no escatimaremos esfuerzos para buscar la paz de este país.
Para la Universidad Pedagógica Nacional resulta necesario rodearlas, articularnos con los procesos de memoria, de reconstrucción del tejido social, de recuperación de prácticas sociales, culturales y económicas. La memoria debe ser parte fundamental de los procesos educativos del país, como parte del re-conocimiento de las reivindicaciones de quienes ya no están, de su legado académico, político, pedagógico, pero también de sus sueños y propuestas de país.
En la UPN recordamos nuestro compromiso con la paz y la memoria a diario
gracias al mural de la memoria elaborado en 2016 con los retratos de las víctimas del conflicto armado que estudiaron, trabajaron y vivieron la Universidad, los murales que están dentro y fuera de la 72, los árboles sembrados en el marco del acuerdo de Paz con el M19 en la plazoleta Darío Betancurt; el acompañamiento al proceso de paz con las FARC, también a la mesa de diálogo con el ELN, así como las cátedras que contribuyen a la comprensión del conflicto de manera amplia y desde diferentes aristas.
A las víctimas les decimos gracias por dar a este país su ejemplo de dignidad, por compartirnos su poder transformador y por reconocer a la UPN como uno de los centros de encuentro, de construcción y fortalecimiento de la participación.